A finales del siglo XIX, la bacteria que originó la tuberculosis (Mycobacterium), era la principal causa de fallecimientos en una de cada siete personas en territorio de los Estados Unidos y Europa. Justo el 24 de marzo de 1882, bajo la tutela científica del Doctor Robert Koch, se conmemora su descubrimiento para la eliminación y control de esta enfermedad altamente mortal para la época. Ya pasado un siglo, se oficializó el Día Mundial de la Tuberculosis, a través del cual se ha promovido entre el público en general, la enseñanza sobre los efectos e impactos que provoca esta enfermedad a nivel global. Hoy día, se sigue trabajando para execrar este flagelo.
Esta enfermedad genera diversas manifestaciones en determinados espacios del organismo humano, la tuberculosis pulmonar, como se conoce comúnmente, es una infección muy contagiosa que afecta toda la zona asociada a estos órganos (pulmones). Por ser una bacteria, puede trasladarse hacia otros órganos. Surge, a consecuencia, de la inhalación de minúsculas gotas provenientes de estornudos o tos de una persona que la padece. El riesgo a contraer la enfermedad se focaliza principalmente en bebés, adultos mayores, personas muy jóvenes, sujetos con sistemas inmunitarios débiles o afectados por: Sida/VIH, diabetes, problemas renales, artritis reumatoidea, cáncer, tratamientos oncológicos (quimioterapia), psoriasis, resistencia a los medicamentos, consumo de tabaco, alcohol, sustancias intravenosas, etc.
Hay un conjunto importante de probabilidades de alto riesgo, mediante los cuales los individuos pueden contraer la bacteria: vivir en entornos de elevado contagio; convivir bajo condiciones de insalubridad, malnutrición, pobreza, hacinamiento e incluso por interactuar entre grupos sociales con dichos síntomas o que son resistentes a los medicamentos para su control. Adicionalmente, vivir en países donde la presencia de la misma es común y registra tasas muy elevadas (América Latina, Asia, África, Europa del Este, Rusia), pueden influir en su contagio.
Entre los síntomas que pueden originar la enfermedad, se conocen: La tuberculosis latente, cuando el individuo está infectado, pero la bacteria se encuentra en condición de inactividad; ya que no se evidencia síntoma alguno y no se contagia. La tuberculosis activa, denominada enfermedad de tuberculosis, afecta a determinados organismos y contagia a otros individuos, puede detectarse en semanas o años luego de contraer la bacteria. Se manifiesta a través de una tos persistente secreción de sangre y mucosidad durante tres semanas o más, dolores en el pecho, al toser o respirar, fiebre, sudoración durante las noches, inapetencia, escalofríos, pérdida de peso y fatiga. Al experimentar estos episodios, es recomendable asistir al médico.
Hay órganos muy vulnerables ante los efectos de la enfermedad, como lo son: la columna vertebral (dolor en la espalda, rodillas y articulaciones); los riñones (sangre en la orina); cerebro, hígado e inclusive trastornos cardíacos.
Hay que resaltar que, desde el año 1980, se ha incrementado de manera significativa, el número de casos producto del surgimiento y propagación del VIH/SIDA al debilitarse el sistema inmunológico, entre otras patologías.
A los fines de detectar o prevenir la posibilidad de estar contagiado por tuberculosis, es necesario que las personas se realicen una prueba especializada para descartar o afirmar la presencia de la bacteria en el organismo. La enfermedad puede ser letal si no se controla a través de la medicación y tratamientos adecuados por lo rápida que es su afectación, sobre todo a nivel pulmonar, y que se puede propagar a otros órganos.
Con una revisión oportuna, puede evitarse la posibilidad de que la bacteria, si se tiene, pase del estatus de inactivo a activo; ya que está última fase es la que produce el contagio. Es esencial la protección y la prevención, mantenerse aislado en caso de padecer los síntomas relacionados mientras se cumplen las semanas de tratamiento; ventilar bien los espacios de convivencia con el paciente para disminuir los gérmenes y las posibilidades de contagio; taparse la boca cada vez que se tosa o estornude y utilizar pañuelos desechables para ello, botándolos posteriormente en una bolsa cerrada herméticamente. En el transcurso de las tres primeras semanas, colocarse una mascarilla para disminuir los riesgos de transmisión. Seguir el tratamiento indicado por el doctor al pie de la letra ayudará a combatir a plenitud y a erradicar la enfermedad.